Parte de nuestra vida consiste en evolucionar, en madurar y
mejorar a nivel profesional y personal. Esto no siempre es fácil, es más, es
una mierda como una campana, pero lo genial es estar rodeado de las personas
que más te importan en cada momento transcendental de tu vida.
En un momento determinado llega una
persona que te entiende hasta en lo más surrealista, que te hace reír en las
situaciones difíciles y que es capaz de salir de su zona de confort por hace
algo que tú quieres hacer.
En todas las relaciones hay baches,
discusiones y diferentes opiniones, pero en el fondo lo mejor es el salseo, el
saber que pase lo que pase, seamos uno el sol y otro la luna, al final del día
nos vamos a encontrar en un mismo cielo.
Aun así llega un día en el que te tienes que preguntar si
realmente hay un límite o si vas a estar diciéndole que sí a una persona concreta
hasta el final de los tiempos.
Esa persona que antes agradecía todos los momentos compartidos
contigo deja de ser quien era, quien decía que iba a estar siempre ahí para lo
que fuera, y se convierte en alguien diferente. No digo mejor o peor, sólo una
persona con la que tú ya no eres compatible. Alguien que se considera mejor que
sus amigos de antes o que los critica abiertamente. Alguien que ya no te aporta
nada y a quien tú ya no puedes aportar nada.
El problema está en que tú vas a seguir intentando que esa persona
sea quien era antes, ese ser que te encantaba, y no la vas a aceptar tal y como
es ahora, algo injusto para ambas, así que al final lo mejor es que cada uno se
vaya por su lado.
Dicen que los momentos vividos son lo único que perdura con el
paso del tiempo, así que mejor que sean buenos recuerdos y que no estén teñidos
de malos pensamientos y sentimientos.
Al mismo tiempo hay otro tipo de personas y de amistades, y aunque
a nadie le gusta distanciarse de las personas a las que quiere, lo bonito
llega con el reencuentro. Ahí es cuando descubres que aunque hayan pasado
cuatro meses sin tener casi una conversación seria, todo sigue igual: las
sonrisas por los chistes malos, las miradas cómplices, las tomaduras de pelo,
la conexión mental, la confianza de saber que vas a poder hablar de cualquier
cosa sin ser juzgado...
Y es el paso del tiempo el que hace que te des cuenta de quién es
un amigo al que consideras prácticamente familia, y quien es ese amigo del que
ya no te acordarás dentro de dos inviernos.
Un hermano puede no ser un amigo,
pero un amigo será siempre un hermano.
Benjamin Franklin